Música y amor by Barbara Cartland

Música y amor by Barbara Cartland

autor:Barbara Cartland
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Romántico, Novela
publicado: 1985-12-31T23:00:00+00:00


Capítulo 5

A mañana del lunes, Anthea tenía docenas de cosas por hacer en la casita, pero aunque estuvo ocupada, no dejó de pensar, con una sensación de alivio, que ese día los huéspedes del marqués, partirían hacia Londres y Lord Templeton y Milly, se irían con ellos.

Había leído los periódicos deportivos, que Harry llevaba cada semana y encontró muchos comentarios, acerca de las probabilidades que tenía Lord Templeton de ganar el Derby, pero el favorito era un caballo que pertenecía al marqués.

Por lo tanto, resultaba fácil comprender que, si el marqués moría y su caballo no participaba, Lord Templeton tenía la esperanza de obtener una enorme ganancia.

Pero a ella le parecía inconcebible que alguien, en especial un caballero, estuviera dispuesto a asesinar a otro, sólo porque así podría pagar sus deudas.

«¡Es un malvado!», se dijo.

A la vez, sintió que la recorría un estremecimiento de temor, al pensar que podría encontrar otra forma de asesinar al marqués, aun cuando no usara el estilete que describiera a Milly. Sabía lo escandalizada que se sentiría su madre, al pensar que seres así, y en particular actrices y bailarinas, se hospedaran en «El Refugio de la Reina» y que, ella, se mezclara con ellos.

«¡Ya se van!», se repitió Anthea y tuvo la esperanza, de que jamás volvieran.

Harry llegó retrasado al almuerzo, como de costumbre, y Nanny refunfuñó, porque el cordero en estofado que le preparara, estaba a punto de arruinarse.

En cuanto se sentó en la mesa, Harry dijo a Anthea:

—¡Te tengo buenas noticias!

—¿Cuáles? —preguntó ella.

—Es una sorpresa que supongo te agradará.

Ella esperó, medio sospechando lo que él iba decir y Harry agregó:

—Supervisaba que quitaran el escenario en el salón de banquetes esta mañana, cuando se presentó el marqués y le dije:

«Me preguntaba, dónde quisiera su señoría que se colocara este piano».

«Yo también he pensado en ello», me respondió el marqués, «y, la verdad, creo que nos sobra».

—Yo esperé, preguntándome qué decidiría y, después de un minuto, dijo:

«Los pianos necesitan ser tocados, para mantenerse en buenas condiciones. Sería un gran error guardarlo en el ático. Por lo tanto, sugiero que le pida a la señorita Meldosio, quien lo tocó con tanta habilidad anoche, que me lo guarde hasta que vuelva yo a necesitarlo».

Al callar Harry, Anthea contuvo el aliento. Entonces él agregó, con brusquedad:

—¿Cómo supo, que fue la señorita Meldosio quien tocó y no su padre?

Se hizo una pausa, mientras Anthea pensaba con rapidez. Enseguida contestó:

—El marqués subió al escenario, cuando ya todos se habían retirado.

—¡De modo que así lo descubrió! —exclamó Harry.

Anthea no respondió y, después de un momento, él prosiguió:

—Supongo que quedó satisfecho con tu interpretación. ¿No se quejó?

—No, dijo que había sido justo lo que se necesitaba.

No agregó más y Harry pareció satisfecho, pero el corazón de ella cantaba, porque el marqués había encontrado la forma de enviarle el piano.

Sabía que nada podía ser más maravilloso, que poder tocarlo diariamente o cada vez que pensara en una melodía en su mente, que deseara expresar con los dedos.

Por fortuna, Harry tenía tanto que



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